![Hellas Verona 1985](http://www.elenganche.es/wp-content/uploads/2011/10/Hellas-Verona-1985.png)
Ayer arrancó la Serie A 2013-2014 y lo hace en un contexto especial. El
campeonato se inició en el Marco Antonio Bentegodi con un clásico como
el Hellas Verona de regreso al primer nivel. Recordamos cómo fue el
considerado mayor ‘milagro’ del fútbol italiano en 1985.
Se nos harán íntimos los edificios,
jamás descubriríamos todos los detalles que ocultan sus calles y
quedaríamos impregnados por su milenaria historia. Plazas de ambiente
libre, cafés donde relajarse a contemplar y un centro histórico que,
para los más exigentes, refleja a la perfección la concatenación de
pueblos que allí gobernaron, pues todos dejaron obras que brillan en el
acervo de la humanidad. Han sido maestros en el arte de preservar lo
que, con visión avezada, supieron distinguir como maravillas. Y hoy,
entre obras de arte, poetas y amor literario (el que inspiró a Shakespeare), Verona
se ha convertido en un paraíso ocioso-turístico de gran magnitud que
intenta incorporar a su galería de reclamos el que une el corazón de
gran parte de los veroneses, el Hellas Verona.
En una ciudad con tanto encanto y ligada
al deporte de observar y dejarse ver, el hecho de intentar perturbar la
dinámica con prácticas menos románticas, puede parecer insultante. Un
escenario dominado por conjuntos arquitectónicos irrepetibles,
exhibiciones magistrales de los captores que ocuparon la ciudad y hasta
la casa de los Capuleto invadida de mensajes de amor fruto de los
graffitis, conquistan el interés de cualquier paseante. Pero entre tanta
ampulosidad, a la afueras de la ciudad, la Piazzale Olimpia emplaza
cada semana a los fieles Scaligeri en el ya vetusto Marcantonio Bentegodi. Allí, donde el fútbol hace tiempo no respira en paz, un día irrepetible también se encontró éxito y brillantez para la inescrutable Verona.
En 1985, nada pudo obstaculizar el
Scudetto más imprevisible y peculiar de la historia. Como si de una
lucha contra sus propias obras de arte se tratara, el fútbol veronés se
abrió paso entre auténticos maestros del momento. La Serie A gozaba de pintores míticos en escuelas poderosas como Platini-Rossi (Juventus), Rummenigge-Altobelli (Inter), Conti-Falcao (Roma), de escultores magníficos como Baresi (Milan), Sócrates-Passarella (Fiorentina), Zico (Udinese) y, desde luego, la gran estrella de la época, Maradona
(recién fichado por el Nápoles). Sin embargo, la humildad de un equipo
que estaba buscando su lugar en el primer nivel, que aún se reforzaba a
última hora de mercado y que tan sólo llevaba dos años en la élite, iba a
desmontar mitos para dibujar su propia obra, el Hellas Verona y el Scudetto 85.
El cuadro veronés había logrado hacerse
notar en las campañas anteriores pues pese a venir desde un nivel
inferior, su regularidad le había permitido ya asomarse a Europa al haber terminado cuarto y sexto respectivamente los dos años anteriores (siendo finalista de Coppa en ambas).
Pero nadie en la entidad podría haber previsto lo que se estaba
gestando detrás de aquella generación Gialloblu destinada a romper
estadísticas, eliminar perjuicios y levantar el que aún hoy es el único
Scudetto de su historia. El queridísimo entrenador Osvaldo Bagnoli (“Gli uomini come lei restano per sempre”
–los hombres como tú están para siempre-, cita una pancarta que cada
semana está presente en el estadio-), respetado por sus jugadores y
siempre exprimiendo su sacrificio personal por el bien colectivo,
sorprendió aquél verano. Alteró con un par de fichajes la base con la
que había trabajado, no sería nada destacable reforzarse con apenas dos
caras nuevas, pero sí cuando se trataba de dos claves para el transcurso
de los hechos pues el impacto del alemán Hans-Peter Briegel (defensor firmado desde el Kaiserslautern) y del danés Preben Elkjaer (goleador llegado del Lokeren), acabaron siendo los grandes protagonistas. También lo fue Celestino Guidotti, director deportivo y fiel defensor de la estructura marcada por aquella generación.
El vestuario, disciplinado y eliminando
cualquier ego exaltado entre sus filas, acogió de buen agrado la ‘mano
de obra’ extranjera que había buscado en el mercado Bagnoli, amante de
crear grupos que acabaran convirtiéndose casi en familia deportiva. Y
así fue creciendo su gran obra. El fiable y eficaz Claudio Garella bajo palos, con una defensa inalterable de cuatro hombres formada por Ferroni, Volpati, Ferroni y el capitán y líder, Roberto Tircella,
fueron una de las bases del éxito al convertirse en la zaga menos
goleada de la categoría con apenas 19 tantos. En la medular, la
destrucción y recorrido eran trabajo de Antonio Di Gennaro, con Luciano Bruni y el ex juventino Pietro Fanna en las bandas y el gran crack Briegel
ejerciendo de todo-campista y adelantando su posición respecto a la que
había defendido durante años en la selección alemana (a veces volvía a
retrasarse). La delantera habitual acabó siendo Elkjaer-Galderisi,
que formaron una sociedad de grandes registros que beneficio al
conjunto porque pese a ser dos semi-desconocidos, aportaron 20 goles al
milagro veronés.
Una leyenda que empezó con un 3-1 al Nápoles en el debut de Maradona
en Italia gracias a un ya histórico marcaje de Briegel sobre el
argentino y que nunca titubeó porque sólo hizo falta un domingo de
agosto para que el Hellas se acomodara en una primera posición que no
iba a abandonar jamás. Semanas después de aquél sorpresón ante los
napolitanos, la Juventus aparecía en escena para arrebatarles esa
privilegiada posición, pero fue barrida en la tarde más memorable de
Elkjaer (con un gol antológico). En la jornada diez, los de Bagnoli
visitaban al temible Torino con la primera plaza en juego, pero acabaron
remontando con un 1-2 final que
está considerado en Verona como la primera piedra real donde la afición
pensó en que el milagro del Scudetto podría llegar a cumplirse.
Tres empates y una derrota (sólo sufrió
dos en esa campaña) de manera consecutiva ante Milan, Como y Avellino,
golpearon la moral de un equipo pese a todo ‘novato’ en grandes gestas.
La prensa comenzó a dudar del poder de aquél equipo, de su capacidad
para aguantar la presión y del equilibrio que estaba empezando a
tambalearse en el barco de Bagnoli. Un ‘mazazo’ en Friuli ante
Udinese donde el físico no respondió, metió en la pelea liguera a
Nápoles, Torino y Juventus pero desde ese momento, nadie frenó a los
veroneses. Su confianza llegó al punto más alto en un partido alocado ante el Inter con un 5-3 final
que acabó por encadenar una serie de resultados positivos que nadie
pudo seguir de cerca. Un momento tenso al caer en su estadio ante el
Torino, pero en mayo, con el sol de Bérgamo como testigo, el Hellas
Verona redondeó una temporada de ensueño empatando ante el Aralanta y
consiguiendo el punto definitivo. Una definición agonizante cuando eres
el ‘pequeño inadaptado’. El entusiasmo de una hinchada nada
acostumbrada a verse exaltada por el resto y la indignación de los
perseguidores ante la fuerza de aquél grupo, se expandió por toda
Italia.
El título más sorprendente de todos los tiempos se
había marchado a Verona por primera vez en 15 años (siempre se había
quedado en Turín, Milán y Roma). Un logro sin igual conseguido por un
club modesto que sólo alineó a 17 jugadores esa campaña. El único
momento de gloria para los libros del Calcio, que últimamente sólo
señalaban al Hellas para hablar de su paso por las catacumbas del fútbol
italiano (estuvo hasta en Serie C1). Ahora, de vuelta a la Serie A y enfrentándose a rivales de sueños pasados como el AC Milan, el Marcantonio Bentegodi nos recuerda que un día ellos
fueron grandes y Verona no necesitó de sus calles y su ambiente para
atraer turistas. El fútbol les hizo grandes.
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