domingo, 25 de agosto de 2013

Hellas Verona: El milagro del Scudetto 85



Ayer arrancó la Serie A 2013-2014 y lo hace en un contexto especial. El campeonato se inició en el Marco Antonio Bentegodi con un clásico como el Hellas Verona de regreso al primer nivel. Recordamos cómo fue el considerado mayor ‘milagro’ del fútbol italiano en 1985.

Se nos harán íntimos los edificios, jamás descubriríamos todos los detalles que ocultan sus calles y quedaríamos impregnados por su milenaria historia. Plazas de ambiente libre, cafés donde relajarse a contemplar y un centro histórico que, para los más exigentes, refleja a la perfección la concatenación de pueblos que allí gobernaron, pues todos dejaron obras que brillan en el acervo de la humanidad. Han sido maestros en el arte de preservar lo que, con visión avezada, supieron distinguir como maravillas. Y hoy, entre obras de arte, poetas y amor literario (el que inspiró a Shakespeare), Verona se ha convertido en un paraíso ocioso-turístico de gran magnitud que intenta incorporar a su galería de reclamos el que une el corazón de gran parte de los veroneses, el Hellas Verona.

En una ciudad con tanto encanto y ligada al deporte de observar y dejarse ver, el hecho de intentar perturbar la dinámica con prácticas menos románticas, puede parecer insultante. Un escenario dominado por conjuntos arquitectónicos irrepetibles, exhibiciones magistrales de los captores que ocuparon la ciudad y hasta la casa de los Capuleto invadida de mensajes de amor fruto de los graffitis, conquistan el interés de cualquier paseante. Pero entre tanta ampulosidad, a la afueras de la ciudad, la Piazzale Olimpia emplaza cada semana a los fieles Scaligeri en el ya vetusto Marcantonio Bentegodi. Allí, donde el fútbol hace tiempo no respira en paz, un día irrepetible también se encontró éxito y brillantez para la inescrutable Verona.

En 1985, nada pudo obstaculizar el Scudetto más imprevisible y peculiar de la historia. Como si de una lucha contra sus propias obras de arte se tratara, el fútbol veronés se abrió paso entre auténticos maestros del momento. La Serie A gozaba de pintores míticos en escuelas poderosas como Platini-Rossi (Juventus), Rummenigge-Altobelli (Inter), Conti-Falcao (Roma), de escultores magníficos como Baresi (Milan), Sócrates-Passarella (Fiorentina), Zico (Udinese) y, desde luego, la gran estrella de la época, Maradona (recién fichado por el Nápoles). Sin embargo, la humildad de un equipo que estaba buscando su lugar en el primer nivel, que aún se reforzaba a última hora de mercado y que tan sólo llevaba dos años en la élite, iba a desmontar mitos para dibujar su propia obra, el Hellas Verona y el Scudetto 85.

El cuadro veronés había logrado hacerse notar en las campañas anteriores pues pese a venir desde un nivel inferior, su regularidad le había permitido ya asomarse a Europa al haber terminado cuarto y sexto respectivamente los dos años anteriores (siendo finalista de Coppa en ambas). Pero nadie en la entidad podría haber previsto lo que se estaba gestando detrás de aquella generación Gialloblu destinada a romper estadísticas, eliminar perjuicios y levantar el que aún hoy es el único Scudetto de su historia. El queridísimo entrenador Osvaldo Bagnoli (“Gli uomini come lei restano per sempre” –los hombres como tú están para siempre-, cita una pancarta que cada semana está presente en el estadio-), respetado por sus jugadores y siempre exprimiendo su sacrificio personal por el bien colectivo, sorprendió aquél verano. Alteró con un par de fichajes la base con la que había trabajado, no sería nada destacable reforzarse con apenas dos caras nuevas, pero sí cuando se trataba de dos claves para el transcurso de los hechos pues el impacto del alemán Hans-Peter Briegel (defensor firmado desde el Kaiserslautern) y del danés Preben Elkjaer (goleador llegado del Lokeren), acabaron siendo los grandes protagonistas. También lo fue Celestino Guidotti, director deportivo y fiel defensor de la estructura marcada por aquella generación.

El vestuario, disciplinado y eliminando cualquier ego exaltado entre sus filas, acogió de buen agrado la ‘mano de obra’ extranjera que había buscado en el mercado Bagnoli, amante de crear grupos que acabaran convirtiéndose casi en familia deportiva. Y así fue creciendo su gran obra. El fiable y eficaz Claudio Garella bajo palos, con una defensa inalterable de cuatro hombres formada por Ferroni, Volpati, Ferroni y el capitán y líder, Roberto Tircella, fueron una de las bases del éxito al convertirse en la zaga menos goleada de la categoría con apenas 19 tantos. En la medular, la destrucción y recorrido eran trabajo de Antonio Di Gennaro, con Luciano Bruni y el ex juventino Pietro Fanna en las bandas y el gran crack Briegel ejerciendo de todo-campista y adelantando su posición respecto a la que había defendido durante años en la selección alemana (a veces volvía a retrasarse). La delantera habitual acabó siendo Elkjaer-Galderisi, que formaron una sociedad de grandes registros que beneficio al conjunto porque pese a ser dos semi-desconocidos, aportaron 20 goles al milagro veronés.

Una leyenda que empezó con un 3-1 al Nápoles en el debut de Maradona en Italia gracias a un ya histórico marcaje de Briegel sobre el argentino y que nunca titubeó porque sólo hizo falta un domingo de agosto para que el Hellas se acomodara en una primera posición que no iba a abandonar jamás. Semanas después de aquél sorpresón ante los napolitanos, la Juventus aparecía en escena para arrebatarles esa privilegiada posición, pero fue barrida en la tarde más memorable de Elkjaer (con un gol antológico). En la jornada diez, los de Bagnoli visitaban al temible Torino con la primera plaza en juego, pero acabaron remontando con un 1-2 final que está considerado en Verona como la primera piedra real donde la afición pensó en que el milagro del Scudetto podría llegar a cumplirse. 

Tres empates y una derrota (sólo sufrió dos en esa campaña) de manera consecutiva ante Milan, Como y Avellino, golpearon la moral de un equipo pese a todo ‘novato’ en grandes gestas. La prensa comenzó a dudar del poder de aquél equipo, de su capacidad para aguantar la presión y del equilibrio que estaba empezando a tambalearse en el barco de Bagnoli. Un ‘mazazo’ en Friuli ante Udinese donde el físico no respondió, metió en la pelea liguera a Nápoles, Torino y Juventus pero desde ese momento, nadie frenó a los veroneses. Su confianza llegó al punto más alto en un partido alocado ante el Inter con un 5-3 final que acabó por encadenar una serie de resultados positivos que nadie pudo seguir de cerca. Un momento tenso al caer en su estadio ante el Torino, pero en mayo, con el sol de Bérgamo como testigo, el Hellas Verona redondeó una temporada de ensueño empatando ante el Aralanta y consiguiendo el punto definitivo. Una definición agonizante cuando eres el ‘pequeño inadaptado’.  El entusiasmo de una hinchada nada acostumbrada a verse exaltada por el resto y la indignación de los perseguidores ante la fuerza de aquél grupo, se expandió por toda Italia.

El título más sorprendente de todos los tiempos se había marchado a Verona por primera vez en 15 años (siempre se había quedado en Turín, Milán y Roma). Un logro sin igual conseguido por un club modesto que sólo alineó a 17 jugadores esa campaña. El único momento de gloria para los libros del Calcio, que últimamente sólo señalaban al Hellas para hablar de su paso por las catacumbas del fútbol italiano (estuvo hasta en Serie C1). Ahora, de vuelta a la Serie A y enfrentándose a rivales de sueños pasados como el AC Milan, el Marcantonio Bentegodi nos recuerda que un día ellos fueron grandes y Verona no necesitó de sus calles y su ambiente para atraer turistas. El fútbol les hizo grandes.

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