El alemán, que ese mismo año ganaría su
primer Balón de Oro, encandiló al público canario con una excelente
actuación. Gran estrella de su club y su selección, por entonces todavía
estaba fraguando su leyenda pero ya era una de las figuras más
aclamadas en el panorama futbolístico internacional. Había ganas de ver a
Beckenbauer en Las Palmas y no defraudó.
El Káiser lideró a un Bayern poderoso que firmó un gran primer tiempo
ante la Unión Deportiva. Solo faltaba el gol, y fue el propio
Beckenbauer el que asistió primero a Gerd Müller y luego a Edgar
Schneider en el primer cuarto de hora de la segunda parte. Con el 0-2 en
el marcador el equipo alemán se relajó sin perder el control del
encuentro pero una jugada aislada de Germán Dévora colocó el 1-2 en el
marcador e inflamó la moral de los suyos, que buscaron sin éxito el
empate en un emocionante final de partido que rubricó una jornada
memorable en el Insular. Las crónicas de la época se maravillaron ante
la demostración del Bayern y reservaron elogios selectos para
Beckenbauer, abordado por una nube de entusiastas periodistas locales
tras el pitido final. Cuentan que le preguntaron si se consideraba el
mejor líbero del mundo y que él respondió que no lo sabía, pero que en
Las Palmas había uno que era buenísimo. El partido de Tonono,
fastidiando una vez tras otra los ataques del Bayern, había asombrado a
Beckenbauer.
Nacido en Arucas en 1943, Antonio Alfonso Moreno, Tonono, era toda una institución en el club isleño y su fantástica actuación ante el conjunto bávaro no había sorprendido a los espectadores del partido. El público español ya sabía de qué era capaz el central canario. Como el astro alemán al que tanto impresionó, Tonono lideraba su equipo desde el eje de la zaga, respondiendo en cierta medida al mismo perfil de líbero carismático y elegante que Beckenbauer había popularizado. Con el balón en los pies el virtuosismo del canario no alcanzaba al del Káiser pero tenía sus recursos. Ofrecía una salida precisa desde atrás, siempre buscando la zurda de Juan Guedes en el eje del mediocampo, y de vez en cuando se permitía alguna cabalgata desafiante hasta la frontal del área contraria, como aquellas que desembocaron en los dos únicos goles que atestigua su carrera (frente al Atlético de Madrid y el Celta de Vigo). Fino y sereno en el trato con la pelota, hasta ahí llegaba la relación de Tonono con la estampa más característica del futbolista canario: lo suyo no era tanto atacar con fantasía como defender con eficacia. Brillante en la lectura y la ejecución de las acciones defensivas, garante de la consistencia de su equipo, gustaba de emparejarse con un central más contundente que se encargara de encimar (Paco Castellano en la Unión Deportiva y Gallego en la selección española) mientras él, cabeza erguida y ojo avizor, le cubría las espaldas y corregía cualquier desajuste donde fuera que se produjese. Uno de los mejores centrales de su tiempo, Tonono desplegaba un talento defensivo enorme y un gesto infranqueable.
Si algo definía al canario era el quite. Hoy llamamos técnica defensiva a lo que a finales de los sesenta y principios de los setenta, cuando el fútbol no contaba todavía con un campo semántico tan esclarecedor como el de hoy en día, parecía magia en los pies del central de Arucas. El atacante rival, confiado en su conducción hacia la portería canaria, perdía antes el balón que el entusiasmo por la ocasión venidera. Cuando se daba cuenta Tonono ya le había entrado y la pelota había cambiado de aires. Sin roce, sin segada, sin preaviso. En 379 partidos de liga con la Unión Deportiva, el único club que conoció como profesional, Tonono sólo recibó una tarjeta blanca (esas luego se volverían amarillas) y una tarjeta roja (en lo que las crónicas definieron como un partido “muy bronco” ante el Sabadell). Hay quien dice que, en honor a la prestigiosa marca de relojes suizos tan en boga en esa época, a Tonono le llamaban el Omega canario por la precisión de su juego. Otros justifican el mismo símil adjudicándolo a la regularidad del futbolista, fijo incuestionable en los onces de la Unión Deportiva partido tras partido, temporada tras temporada, siempre a un nivel altísimo, fiable como la alta relojería. Pero atendiendo a los relatos sobre sus quites asombrosos no se puede descartar que el apodo ahondara en el inconsciente de la afición, rescatando de entre sus referencias más enraizadas la última letra del antiguo alfabeto griego como símbolo ancestral del fin que pone límite a todas las cosas. Las jugadas del rival, como las del Bayern el 30 de agosto de 1972, finalizaban con la intervención de Tonono.
La mirada penetrante de legendario central canario se apagó el 9 de junio de 1975. Hepatitis fulminante. El jugador tenía 31 años y había disputado su último partido tan sólo nueve días atrás, un encuentro de Copa ante el Málaga. La tragedia sacudió Las Palmas y todo el fútbol español, que cuatro años antes ya había despedido demasiado pronto a otra gran figura amarilla, el capitán Guedes, a causa de un cáncer. Íntimo amigo suyo (habían compartido vestuario desde juveniles), Tonono había heredado entonces con pesar el brazalete de capitán, ilustrando de este modo la autoridad que siempre había ejercido desde el fondo de la formación grancanaria. El aruquense disputó 436 partidos oficiales en sus trece temporadas vistiendo el amarillo de la Unión Deportiva Las Palmas, con el que se paseó por Europa y estuvo cerca de conquistar la liga en la era dorada del club. También jugó 22 partidos con la selección española, a la que llegó a capitanear, y fue el canario que más veces vistió la camiseta roja hasta la irrupción de los apretujados calendarios modernos y los Juan Carlos Valerón, David Silva y Pedro Rodríguez, últimos depositarios del testimonio de aquel central isleño
que un 30 de agosto de 1972 asombró al mejor líbero del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario