sábado, 6 de julio de 2013

El hombre de la gorra azul y amarilla.


Lleva varias temporadas aguantando las bromas de quienes se acercan cada tarde a merendar. Viven casi todos en la calle o en condiciones de extrema pobreza. No han tenido suerte en la vida. Debe tener casi setenta años y siempre llega con su gorra de la Unión Deportiva Las Palmas, aunque no sé cómo se llama.
Yo a esa hora paso cerca de donde ellos se encuentran y escucho lo que dicen antes de entrar a la parroquia que les ofrece esa comida vespertina que les ayuda a llegar a la noche o a bajar los efectos del alcohol de garrafón al que están enganchados muchos de ellos.
Saben de fútbol, y los mayores pontifican poniendo como ejemplo a Alfonso Silva, a Guedes o a Germán. Ese hombre lleva años aguantando burlas por su fidelidad amarilla. Ahora llega ufano y sonriente casi todos los lunes. Cualquiera que lo viera podría decir que ha sido el autor de los goles de la Unión Deportiva. No los ha marcado, pero su alegría seguro que no tiene nada que envidiar a los gritos de Vitolo o de Thievy cuando logran batir al portero del conjunto contrario. Ya no tiene que bajar la cabeza cuando le dicen que el equipo no vale un duro o que los jugadores son unos gandules. Ahora es él quien desafía a los otros exhibiendo en todo momento el amarillo y azul de su gorra de plato. Creo que es lo único que se mantiene limpio y poco desgastado en su vestimenta. Cada vez que gana Las Palmas me acuerdo de él, lo imagino viendo el partido al borde del infarto y luego saltando o maldiciendo la suerte por las calles en las que malvive tratando de encontrar cada noche un portal o unos cartones donde cobijarse.
En el fondo, casi todos sus compañeros de merienda son igual de aficionados a Las Palmas, aunque con tal de hacerlo rabiar lo llevan molestando hace años cada vez que el equipo pierde o tiene un mal encuentro
El otro día hablaba de los viejos y de su deseo de ver a la Unión Deportiva en Primera antes de morir; pero esa alegría, cuando acontece, se multiplica todavía más en quienes no tienen absolutamente nada. Ese hombre seguro que hoy anda por las calles algo aliquebrado; pero la próxima temporada volverá a cantarle las cuarenta a todo aquel que se le ocurra bromear con los colores o el escudo de su gorra.
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